La encina, el árbol del Mediterráneo


La encina común es uno de los árboles más emblemáticos de la cuenca mediterránea y de la Península Ibérica. Conocida desde el punto de vista científico como 'quercus rotundifolia', pertenece a las familias de las fagaceae. El nombre 'quercus' proviene de palabra celta quercuez, que significa árbol hermoso.

Su silueta de copa redondeada se puede ver sobre todo en los campos castellanos y andaluces y ofrece una sombra amplia y compacta. El árbol alcanza hasta los 15 metros de altura y dispone de un tronco corto de corteza quebradiza. Crece rápidamente y tiene una longevidad muy elevada, siendo capaz de vivir hasta 700 años, e incluso más.

Sus ramas, no demasiado gruesas y entramadas, albergan hojas perennes de verde oscuro con una forma que puede variar dependiendo de las diversas variedades. El haz tiene un color más oscuro y el envés es más claro. El pecíolo oscila entre los 3 y 10 mm. La encina florece entre abril y mayo. En los extremos de las ramas nacen los amentos masculinos, que tienen un tono amarillo brillante. Las flores femeninas son menos profusas y abundantes que las masculinas.

Su fruto es la bellota, que surge en otoño, muy apreciada para alimentar a los cerdos ibéricos, de ahí su vital importancia para la economía y la gastronomía española. En noviembre madura y cae al suelo.

Suelos y cultivo
Aunque sus distintas variedades admiten todo tipo de suelos, la encina prefiere suelos calizos sueltos y profundos. Soporta bien la escasez de agua y las temperaturas extremas. Es una especie muy resistente, agradecida y que requiere pocos cuidados. Aguanta todo tipo de podas, ya que en el campo es capaz de volver a nacer después de incendios y talas.

Puede desarrollarse perfectamente hasta los 1.400 metros sobre el nivel del mar. Frecuentemente crece en forma arbustiva (es cuando se denomina chaparra). El encinar se suele utilizar como dehesas, es decir, en forma de árboles dispersos y con pastos en el suelo, lo que hoy supone un ejemplo de equilibro entre ecología y explotación agrícola y ganadera.

La madera es de gran calidad para generar calor, por eso es muy buena para ofrecer leña. Su multiplicación se consigue sembrando su fruto, la bellota, aunque, en general para conseguir plantones de buena calidad es mejor recurrir a huertos-semilleros que se suministran con semilla procedente de magníficos ejemplares de encinares de distintos lugares.

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